Esta fue la experiencia de una de las integrantes nuestro equipo GoChile al subir el volcán Villarica

Subir un volcán puede no sonar como un desafío para algunos, pero para mí definitivamente lo fue. Me encanta caminar en la naturaleza, cada cierto tiempo me encuentro haciendo trekking en los cerros que rodean Santiago o en algún parque nacional, pero ¿un volcán activo? No estaba segura de eso.

El Villarica tiene 2.847 metros de altura, tierra, piedra volcánica, nieve y ni un solo árbol. Si el sol está fuerte, no hay nada que te proteja, si el viento corre, no hay dónde esconderse y si hay lluvia… bueno si hay lluvia fue un error haber subido en un primer lugar.  

Nos reunimos con el guía la noche anterior para probarnos el equipo. Durante todo el año el volcán está cubierto de nieve casi en su totalidad, por eso hasta en verano, es necesario subir con crampones, piolet, polainas, guantes y bototos de montaña. La agencia turística se hace cargo de todo tu equipo, hasta de la mochila, y es que no pueden darse el lujo de recibir a una chica 6 de la madrugada usando zapatillas rosado chillón creyendo que así va a llegar hasta el cráter.

Sí, esa era yo, y si no fuese por la asesoría del guía habría subido con calzado de running. Repito, nunca había subido un volcán, nunca pensé que subiría un volcán, ni mucho menos uno de los más activos de Sudamérica.

El volcán Villarica tuvo su última erupción el 17 de marzo de 2015, ha tenido al menos tres erupciones importantes y se ha llevado más de 300 vidas. Pero eso no es un impedimento para los montañistas del mundo que vienen a subirlo, es más, le da un toque extra de adrenalina a la experiencia.

Salimos de Pucón a las 6:30 y en menos de una hora ya estábamos en la base del volcán, donde estacionamos y nos pusimos el equipo. Luego de una charla explicativa tomamos el  andarivel que nos ahorró una hora de caminata.

El comienzo fue duro y empinado, pero como la motivación estaba a mil, nada importaba. Íbamos a paso lento pero con ritmo detrás de Tomas, nuestro guía sueco. Después de aproximadamente una hora, hicimos la primera parada para tomar agua y ponernos los crampones. Tenía miedo, nunca había caminado por nieve en un lugar tan empinado, pero cuando la pisé con esa especie de garra, me sentí segura.  Un par de horas más tarde era como si hubiese usado crampones y piolet toda la vida.

Caminamos en zigzag y volvimos a descansar, esta vez para comer nuestro snack. Nos estábamos acomodando en la superficie rocosa cuando empezamos a escuchar gritos. Las personas de arriba estaban gritando “¡roca!”. Calmadamente el guía nos dijo que nos corriéramos hacia un lado. A pasos de tortuga comencé a moverme hasta que vi la cara de mi papá, entonces reaccioné y salté dejando la mochila y el piolet detrás.

Por razones inexplicables la roca cambió su trayectoria y saltó justo al lugar donde estábamos nosotros. Si no nos hubiésemos movido a tiempo la enorme roca nos habría botado cual palitroques. Quedamos en shock, no lo veíamos venir, pero como bien nos dijo el guía en ese momento, son cosas que pasan en la montaña. “Cuando hace calor y la nieve se derrite, es natural que algunas piedras se desprendan” nos explicaba Tomas. Yo sólo podía pensar que el Ruka Pillañ  me decía: “¿Querían adrenalina? ¡Ahí tienen adrenalina!”

Después de ese momento la subida se hizo más fácil y en un par de horas ya estábamos en la cima mirando cadenas montañosas, volcanes lejanos y un cráter de 200 metros de diámetro.  

Si la subida fue ardua como preparar un banquete para cientos, la bajada fue deliciosa como disfrutar de ese banquete. Nos pusimos los trajes especiales, nos sentamos cada uno sobre su paleta de plástico y uno a uno nos fuimos deslizando por los toboganes del Volcán.

A toda velocidad y sintiendo la adrenalina explotar en ataques de risa bajé más de 2000 empinados metros en el resbalín más grande que haya visto en mi vida. Y lo amé, definitivamente lo volvería a hacer: el resbalín, la subida y hasta la parte de la roca. Es una de esas experiencias que no se olvidan. 

Vive la experiencia